La confianza en Dios nos libera de la rigidez - a podcast by PODCAST MDC Dios te quiere

from 2022-07-25T03:00:15

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Rigidez: todo perfecto, todo en orden, todo controlado, criterios inamovibles, no se admiten excepciones, todos perfectamente uniformados, fila recta, disciplina.


Rigidez: todo lo ilegal es inmoral. La ley es la ley. Lo que dicta la ley, sin interpretaciones relajantes.


¿Recordáis a aquellos fariseos que reñían a los Apóstoles por arrancar espigas en sábado, o condenaban al Señor por curar en sábado? Porque arrancar espigas o curar equivalía para ellos a trabajar, y en sábado no se podía trabajar…


La rigidez suele tener su causa en la inseguridad. Para tener la seguridad de que todo va a funcionar bien, y de que nadie le pueda echar las culpas (ni los demás, ni el Señor) por algo que va mal, la persona rígida se aferra a la letra de la ley y a la disciplina más estricta.


Los edificios que mejor resisten los terremotos son los más flexibles. Los rígidos suelen ser los primeros en derrumbarse.


A primera vista, los rígidos dan la impresión de firmeza y fortaleza, porque cumplen fielmente el deber; pero en la medida en que su vida no está movida por el amor a Dios y a los demás, sino por el amor propio, son muy frágiles y se rompen fácilmente. Además, ¿cómo pueden estar alegres y perseverar con gozo en el camino cristiano cuando su vida es un conjunto de reglas que no dejan respirar, que reprimen la libertad, que angustian el corazón? O cambian su modo de relacionarse consigo mismas, con los demás y con Dios, o enferman.


Si detectamos en nosotros algún síntoma de rigidez, pensemos en el gran remedio.


En primer lugar, confiar más en Dios, que no es un Dios justiciero, legalista, inflexible e implacable, sino un Padre comprensivo, que nos disculpa si cometemos un error o nos equivocamos, que no está esperando a que cometamos una falta de ortografía para castigarnos o condenarnos. Y nos quiere libres. Hijos libres que responden con libertad a su amor.


En segundo lugar, la rectitud de intención. Lo único que debe movernos es el amor a Dios, no el afán de seguridad, no el deseo de que todo esté en orden y de que todo salga perfecto para que se pueda decir que somos  muy responsables, o para sentirnos satisfechos, o para que no nos reprendan los que mandan.


Acabemos con sentido del humor. Yo le diría a una persona perfeccionista: tuerce dos o tres cuadros de tu casa, deja un par de calcetines tirados por el suelo durante una semana, dile a tu hijo pequeño que, si quiere, puede comer un día o dos con las manos, y que no pasa nada si no se lava los dientes algún día. Desordena un poco tu casa. Y no te digo que hagas una gotera en el techo, porque es difícil, pero en las casas antiguas de mi tierra, una gotera es algo esencial. Las hace un trasgo (yo creo que es un duende) llamado Benito Pingueiro, que vive en el desván. Si los dueños de la casa son normales, hace una sola gotera, que ellos miran con orgullo y enseñan a las visitas. Si el marido o la mujer son perfeccionistas, hace dos. Y si son muy perfeccionistas, hace tres goteras. No vale de nada taparlas, porque Benito vuelve a abrirlas.


Un vecino mío, contable de una empresa de conservas, era perfeccionista hasta los tuétanos. Una noche subió al desván hecho una fiera: «¡Benito Pingueiro, tres goteras es demasiado!», gritó. Y Benito, que no se deja ver, porque suele estar dentro de una maleta vieja o embutido en una alfombra enrollada, le dijo: «Te lo mereces. Y como sigas así te haré una cuarta, pero esta vez caerá mismamente encima de tu librería, porque la tienes demasiado ordenada. Cuando en tu casa huela más a cariño y menos a severidad, cuando oiga más risas que llantos, y suban hasta aquí más alegrías que tristezas, entonces… podrás arreglar las goteras».

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