Somos de la familia de Dios - a podcast by PODCAST MDC Dios te quiere

from 2021-12-27T03:00

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«El Señor, al querernos como hijos, ha hecho que vivamos en su casa, en medio de este mundo, que seamos de su familia, que lo suyo sea nuestro y lo nuestro suyo, que tengamos esa familiaridad y confianza con Él que nos hace pedir, como el niño pequeño, ¡la luna!» (S. Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 64).


Decir que somos de la familia de Dios no es hacer una bella metáfora. Es una verdad, y una verdad tan preciosa que para que fuera posible Cristo murió en la Cruz.


Dios ha querido tener hijos, muchos hijos, hermanos de Cristo, hijos en el Hijo, otros Cristos. Eso lo dispuso desde el principio. No después, en algún momento de la historia, sino al principio. Tenemos que leer con calma el primer capítulo de la carta de san Pablo a los Efesios, porque ahí está nuestra vocación, la respuesta a la pregunta por nuestra existencia en esta tierra. Dice san Pablo que Dios «nos ha bendecido en Cristo… ya que en Él nos eligió antes de la creación del mundo para que fuéramos santos y sin mancha en su presencia, por el amor; nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por Jesucristo» (Ef 1, 3-5). Eso es lo que Dios quiere desde siempre: que seamos hermanos de Cristo, hijos de Dios, y de ese modo pertenezcamos a la familia divina.


Somos de la familia de Dios. Todo lo de Dios es nuestro, y lo nuestro es suyo. Vivimos con paz, tranquilos, porque estamos en nuestra casa, en la casa en la que hemos nacido, donde nuestro Padre todopoderoso es el que manda, el que lleva sobre sus hombros el peso de la hacienda, y todo cuanto hace es para que sus hijos seamos felices, y cuando nos ve agobiados, nos llama y nos pregunta: “¿Qué te pasa? ¿No soy yo tu Padre? Déjalo todo en mis manos. Ven y descansa conmigo, que me encanta estar contigo, hijo mío”.


Y puedo pedirle la luna. Claro que le puedo pedir la luna, porque los hijos pequeños pedimos lo que se nos antoja, y no sabemos lo que pedimos. Y el Señor nos dice que sí, que le pidamos la luna porque nos la va a dar, y mucho más que la luna: se nos va a dar Él mismo en la Eucaristía, y después se nos va a dar en el Cielo, para que seamos felices con Él por toda la eternidad.

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