Mie?rcoles de la III semana del Tiempo de Adviento - a podcast by Commento al Vangelo del giorno

from 2016-12-13T20:35:39

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IR A VER EL AMOR DE CRISTO EN NUESTRA VIDA CRUCIFICADA, APRENDIENDO EN LA IGLESIA A NO ESCANDALIZARNOS DE EL

¿Qué hemos visto y oído en nuestra vida? No es una cuestión de poca cuenta. Sin haber oído y visto no se puede creer. No estamos ciertos de haber encontrado a Quien siempre hemos esperado, sin la experiencia concreta y narrable de Su amor. Los discípulos de Juan contarán lo que han visto y oído. Como los apóstoles de Jesús hasta hoy. Testigos de una experiencia.

Juan el Bautista, primo de Jesús, que todavía en el regazo de su madre Isabel ha exultado a la voz de Maria, que ha visto bajar el Espíritu Santo comouna paloma sobre Jesús, no estava todavía seguro de que Él fuera el Mesías. La Revelación del Cielo tuvo que hacerse carne en las señales, y Palabra y anuncio para oír. Así en nuestra vida, hecha de percepciones y sentimientos, que, solos, no bastan. También Pedro ha confesado a Jesús como el enviado, el Hijo de Dios, y un instante despues se ha perdido en los pensamientos de la carne, enemigos del pensamiento de Dios.

Hace falta algo más, ver y oír, y el sello del Espíritu sobre lo visto y oído. Jesús es el Mesías, Jesús es el Señor, grita la Iglesia desde dos mil años. ¿Pero por nosotros hoy, es Jesús el Salvador? ¿O dudamos y pensamos de deber esperar a otro?

He aquí nuestra vida, he aquí nuestras debilidades, las cadenas, los pecados. Aquí están en cola, son más numerosos que los cabellos de nuestra cabeza. He aquí nuestra triste miseria de cada día. Y he aquí el Mesías, Él que llega a nuestra vida. El cordero inmolado que toma sobre de si nuestras enfermedades y nuestros pecados. Y devuelve la vista, hace nuevas todas las cosas, crea en nosotros un corazón nuevo. No son palabras, fantasías, y tampoco simples intuiciones. No. Son hechos.

Delante de nuestros ojos, como en nuestras orejas también repica hoy la Palabra de Vida de la Buena Noticia. La Palabra que tiene el poder de realizar lo que anuncia. El perdón no es una palmadita sobre el hombro y vamonos. Su perdón, encarnado en las señales que han podido ver los discípulos de Juan, tiene el poder de desarraigar la raíz del mal anidada en nuestro corazón. Su perdón remite la malicia del pecado y derrama la Grazia, el poder de no pecar nunca más, de caminar en una vida nueva. Es esta la señal capaz de darnos la certeza que es justo Él, y sólo Él, el Mesías, el Salvador que esperamos desde siempre.

Los pastores fueron sin demora a la Gruta de Belén y vieron exactamente lo que oyeron de la voz de los ángeles. También hay por nosotros una gruta, un establo y un pesebre. Los ángeles también aparecen hoy sobre nuestro camino, los apóstoles que incansablemente nos anuncian el Evangelio. Vamos a Belén, vamos al fondo de nuestra vida, allí dónde más pobre y maltratado es nuestro corazón. Vamos sin demora al pesebre, a nuestro íntimo, allí dónde han comido animales de cada tipo, allí dónde la carne ha sido reina. Allí dónde se encuentra el manantial de nuestros pecados y dónde cada día se engorda nuestro hombre viejo. Aquella paja, que basta un poquito de fuego a llevarsela, el forraje al que hemos tendido en vano las manos en busca de saciedad, para hallarnos cada vez con más hambre.

Vamos a encontrar al Mesías, bajamos sin temor donde haya abundado el pecado, para descubrir que justo allí, en la rescisión más sórdida de nuestro íntimo, ha rebosado la misericordia. Posamos hoy nuestros ojos sobre nuestro corazón: es el pesebre de la Navidad del Mesías. Es allí que El nos espera, es allí que nos sacia. Al fondo más oscuro de nosotros mismos la Luz del amor de Dios, exactamente lo que desde siempre nuestro corazón desea: ser querido sin condiciones, sin deber desplegar ficciones e hipocresías. Es el único amor del único nuestro Salvador. El amor que se vuelve piedra de escándalo para quien mira y escucha con los criterios obtusos de la carne, estrangulados por las cadenas del utilitarismo...

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