El ermitaño - a podcast by Juan Betancur
from 2020-05-04T17:00
Había una vez un monje ermitaño que vivía en lo alto de un peñasco rocoso a las afueras de el pueblo. Según la costumbre el monje ermitaño debe encontrar a su sucesor antes de morir ya que si no escogia el mismo su sucesor su gruta de ermitaño se tendría que cerrar cuando moriera y se perdería la continuidad histórica de su orden de ermitaños. El maestro escogío a un joven monje que deseaba tomar el camino que su maestro habia vivido durante años. Parte del proceso era que el discípulo comprendiera como es la vida del ermitaño y como se relaciona con aquellos que viven en el pueblo cercano.
Un día el discípulo se acerco a la gruta donde vivía el ermitaño y le pidió que si lo dejaba presenciar sus entrevistas con los habitantes del pueblo que iban allí a preguntarle por sus consejos. El monje le permitiría asistir pero con una sola condición. El discípulo no podría por ningún motivo hablar y tendría que permanecer inmóvil y en total silencia mientras los asistentes le hacían preguntas al maestro ermitaño.
Al llegar la mañana un hombre con cara triste y angustia visible subió lentamente a sus gruta y sentándose frente al maestro ermitaño le pregunto
-Maestro, ¿Dios existe?
-Sí -fue la lacónica respuesta. Ahora vete. El hombre sonrio y se marcho.
En la segunda visita fue una mujer que subió el camino rezando a cada paso y repitiendo las oraciones aprendidas.
La mujer también preguntó:
-Señor, ¿Dios existe?
-No -fue en esta oportunidad la contestación. Ahora vete. La mujer regreso por el camino con su cara descompuesta por la respuesta.
En una tercera visita un joven preguntó:
-Maestro, ¿Dios existe?
En esta ocasión, el Maestro guardó silencio, y el joven se marchó sin una respuesta a la pregunta formulada.
El discípulo, desconcertado por la extraña conducta del Maestro, no pudo por menos que preguntarle:
-Señor, ¿cómo puede ser que a tres preguntas iguales hayas respondido de modo diferente cada vez? Yo no se que pensar de tus respuestas ante la mas trascendental de las preguntas que un hombre puede hacerte
-Lo primero que has de saber -contestó el Maestro- es que cada contestación va dirigida a la persona que pregunta y por tanto no es para ti ni tampoco para nadie más, y lo segundo es que he respondido de acuerdo con la realidad y no con las apariencias.
En el primer caso se trataba de un hombre en el que mora la divinidad pero que ahora vive un momento de oscuridad y duda, por eso he querido apoyarlo.
El segundo caso se trataba de una mujer beata apegada a las formas externas de la religión tanto que ha descuidado a su familia por atender el templo, y por ese motivo es bueno que aprenda a encontrar a Dios entre los suyos.
El tercer caso se trataba sólo de alguien que ha venido a verme por curiosidad y sencillamente ha improvisado esa pregunta como podía haber hecho cualquier otra. Y la pregunta no merecía una respuesta.
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