En la diestra de Dios Padre (Parte 2) - a podcast by Juan Betancur

from 2019-12-12T11:00

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Peralta se levantó, escuro, escuro, y no topó ni rastros de los güéspedes; pero sí topó una muchila muy grande requintada di onzas del Rey, en la propia cabecera del mocito. Corrió muy asustao á contarle á la hermana, que al momento se levantó de muy buen humor á hacer harto cacao; corrió á contarle á los llaguientos y á los tullidos, y los topó buenos y sanos y caminando y andando, como si en su vida no hubieran tenido achaque. Salió como loco en busca de los güéspedes pa entregarles la muchila di onzas del Rey. Echó á andar y á andar, cuesta arriba, porque puallí dizque era qui habían cogido los pelegrinos. Con tamaña lengua á fuera se sentó un momentico á la sombra di un árbol, cuando los divisó por allá muy arriba, casi á punto de trastornar el alto. Casi no podía gañir el pobrecito de puro cansao qu'estaba, pero ai como pudo les gritó: "¡Hola, señores; espéremen que les trae cuenta!". Y alzaba la muchila pa que la vieran. Los pelegrinos se contuvieron á las voces que les dió Peralta. Al ratico estuvo cerca d'ellos, y desde abajo les decía: "Bueno, señores, aquí está su plata". Bajaron ellos al tope y se sentaron en un plancito, y entonces Peralta les dijo: "¡Caramba qu'el pobre siempre jiede! Miren que dejar este oral por el afán de venirse de mi casa. Cuenten y verán que no les falta ni un medio!".

El mocito lo voltió á ver con tan buen ojo, tan sumamente bueno, que Peralta, anqu'estaba muy cansao, volvió á sentir por dentro la cosa sabrosa qui había sentido por la noche; y el mocito le dijo: "Sentáte, amigo Peralta, en esa piedra, que tengo que hablarte". Y Peralta se sentó. "Nosotros -dijo el mocito con una calma y una cosa allá muy preciosa- no somos tales pelegrinos; no lo creás. Este -y señaló al viejo- es Pedro mi discípulo, el que maneja las llaves del cielo; y yo soy Jesús de Nazareno. No hemos venido á la tierra más que á probarte, y en verdá te digo, Peralta, que te lucites en la prueba. Otro que no fuera tan cristiano como vos, se guarda las onzas y si había quedao muy orondo. Voy á premiarte: los dineros son tuyos: llevátelos; y voy á darte de encima las cinco cosas que me querás pedir. ¡Conque, pedí por esa boca!".

Peralta, como era un hombre tan desentendido pa todas las cosas y tan parejo, no le dió mal ni se quedó pasmao, sino que muy tranquilo se puso á pensar á ver qué pedía. Todos tres se quedaron callaos como en misa, y á un rato dice San Pedro: "Hombre, Peralta, fijáte bien en lo que vas á pedir, no vas á salir con una buena bobada". "En eso estoy pensando, Su Mercé", contestó Peralta, sin nadita de susto. "Es que si pedís cosa mala, va y el Maestro te la concede; y, una vez concedida, te amolaste, porque la palabra del Maestro no puede faltar". "Déjeme pensar bien la cosa, Su Mercé"; y seguía pensando, con la cara pa otro lao y metiéndole uña á una barranquita. San Pedro le tosía, le aclariaba, y el tal Peralta no lo voltiaba á ver. A un ratísimo voltea á ver al Señor y le dice: "Bueno, Su Divina Majestá; lo primerito que le pido es que yo gane al juego siempre que me dé la gana". "Concedido", dijo el Señor. "Lo segundo -siguió Peralta- es que cuando me vaya á morir me mande la Muerte por delante y no á la traición". "Concedido", dijo el Señor. Peralta seguía haciendo la cuenta en los dedos, y á San Pedro se lo llevaba Judas con las bobadas de ese hombre: él se rascaba la calva, él tosía, él le mataba el ojo, él alzaba el brazo y, con el dedito parao, le señalaba á Peralta el cielo; pero Peralta no se daba por notificao. Después de mucho pensar, dice Peralta: "Pues, bueno, Su Divina Majestá; lo tercero que mi ha de conceder es que yo pueda detener al que quiera en el puesto que yo le señale y por el tiempo qui á yo me parezca". "Rara es tu petición, amigo Peralta -dice el Señor, poniendo en él aquellos ojos tan zarcos y tan lindos que parecía que limpiaban el alma de todo pecao mortal, con solamente fijarlos en los cristianos-. En verdá te digo que una petición como la tuya, jamás hab

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