En la diestra de Dios Padre (Parte 3) - a podcast by Juan Betancur

from 2019-12-13T12:00

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Al otro día se fué p'al pueblo, y se fue a taburear ¡Cómo sería la angurria que se li abrió á tanto logrero cuando vieron en aquella mesa aquella montonera di onzas del Rey! "¿Onde te sacates ese entierro, hombre Peralta?, le decía uno. "Este se robó el correo", decían otros en secreto; y Peralta se quedaba muy desentendido. Se pusieron á jugar. La noticia del platal corrió por todo el pueblo, y aquella sala se llenó de todo el ladronicio y todos los perdidos del pueblo Pero eso sí; no les quedó ni un centavo partido por la mitá; por más trampas qui hacían, por más que cambiaban baraja, por más que la señalaban con la uña, les dió capote, con ser que en el juego estaban toditos los caimanes d'esos laos. "Con ésta no nos quedamos -dijo el más caliente-. A nosotros no nos come este... -y ai mentó unas palabras muy feas-. ¡Voy á lidiar unas suertes, y mañana no le queda ni liendra á este sinvergüenza!". Y ai salió del garito, echando por esa boca unos reniegos y unos dichos qui aquello parecía un condenao.

Al otro día, desdi antes di almorzar, emprendieron a jugar de nuevo. Hubo cuchillo, hubo barbera; pero Peralta tampoco les dejó un medio. Como no era ningún bobo, se dejaba ganar en ocasiones pa empecinarlos más. Determinaron jugar dao, y montedao, y bisbís, y cachimona y roleta, á ver si con el cambio de juegos se caía Peralta; pero si se caía á raticos, era pa seguir más violento echando por lo negro y acertando en unos y en otros juegos.

Lo más particular era que Peralta con tantísimo caudal como iba consiguiendo no se daba nadita d'importancia, ni en la ropita, ni en la comida ni en nada: con su misma ruanita pastusa de listas azules, con sus mismitos calzones fundillirrotos se quedó el hombre, y con su mismita chácara de ratón di agua, pelada y hecha un cochambre.

Pero eso sí: lo qu'era limosnas ni el Rey las daba tan grandes. Su casa parecía siempre publicación de bulas, con toda la pobrecía y todos los lambisquiones del pueblo plañendo á toda hora; y no tan solamente los del pueblo, sino que también echó á venir cuanto avistrujo había en todos los pueblos de por ai y en otros del cabo del mundo. ¡Hasta de Jamaica y de Jerusalén venían los pedigüeños! Pero Peralta no reparaba: á todos les metía su peseta en la mano; y la cocina era un fogueo parejo que ni cocina de minas. Consiguió un montón de molenderas, y todo el día se lo pasaba repartiendo tutumadas de mazamorra, los plataos de frijol y las arepas de maíz sancochao. Y mantenía una maletada de plata, la mismita que vaciaba al día.

Siguió siempre lavando sus leprosos, asistiendo sus enfermos, y siempre con su sangre de gusano, como si fuera el más pobrecito y el más arrastrao de la tierra.

Pero lo que no canta el carro lo canta la carreta: ¡la Peraltona sí supo darse orgullo y meterse á señora de media y zapato! Con todo el platal que le sacó al hermano, compró casa de balcón en el pueblo, y consiguió serviciala y compró ropa muy buena y de usos muy bonitos. Cada rato se ponía en el balcón, y apenas veía gente, gritaba: "¡Maruchenga, tréme el pañuelo de tripilla, que voy á visitar á la Reina! ¡Maruchenga, tréme los frascos de perjume pa ruciar por aquí qu'está jediendo!". Y si veía pasar alguna señora, decía: "¡No pueden ver á uno de peinetón ni con usos nuevos, porqui al momento la imitan estas ñapangas asomadas!". Cuando salía á la calle, era un puro gesto y un puro melindre; y auque era tan pánfila y tan feróstica caminaba muy repechada y muy menudito, como sintiéndose muy muchachita y muy preciosa. "Maruchenga, dáca la sombrilla qui hace sol; Maruchenga, sacame la crizneja; Maruchenga, componeme el esponje, que se me tuerce"; y no dejaba en paz á la pobre Maruchenga, con tanto orgullo y tanta jullería.

La caridá de Peralta fué creciendo tanto que tuvo que conseguir casas pa recoger los enfermos y los lisiaos; y él mismo pagaba las medecinas, y él mismo con su misma mano se las daba á los enfermos.

Esto llegó á oídos de s

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