En la diestra de Dios Padre (Parte 4) - a podcast by Juan Betancur

from 2019-12-14T12:00

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Peralta cerró su puerta, y se fue sin preocuparse. Pasaban las semanas y pasaban los meses y pasó un año. Vinieron las virgüelas castellanas; vino el sarampión y la tos ferina; vino la culebrilla, y el dolor de costao, y el descenso, y el tabardillo, y nadie se moría. Vinieron las pestes en toítos los animales; pues tampoco se murieron.

Al comienzo de la cosa echaron mucha bambolla los dotores con todo lo que sabían; pero luego la gente fue colando en malicia qu'eso no pendía de los dotores sino di algotra cosa. 

El cura, el sacristán y el sepolturero pasaron hambres á lo perro, porque ni un entierrito, ni la abierta di una sola sepoltura güelieron en esos días. Los hijos de taitas viejos y ricos se los comía la incomodidá de ver á los viejorros comiendo arepa, y que no les entraba la muerte por ningún lao. Lo mismito les sucedía á los sobrinos con los tíos solteros y acaudalaos; y los maridos casaos con mujer vieja y fea se revestían di una enjuria, viendo la viejorra tan morocha, ¡habiendo por ai mozas tan bonitas con qué reponerlas! De todas partes venían correos á preguntar si en el pueblo se morían los cristianos. Aquello se volvió una batajola y una confundición tan horrible, como si al mundo li hubiera entrao algún trastorno. Al fin determinaron todos qu'era que la Muerte si había muerto, y ninguno volvió á misa ni á encomendarse á mi Dios.

Mientras tanto, en el Cielo y en el Infierno estaban ofuscaos y confundidos, sin saber qué sería aquello tan particular. Ni un alma asomaba las narices por esos laos: aquello era la desocupez más triste. El Diablo determinó ponese en cura de la rasquiña que padece, pa ver si mataba el tiempo en algo. San Pedro se moría de la pura aburrición en la puerta del Cielo; se lo pasaba por ai sentaíto en un banco, dormido, bosteciando y rezando á raticos en un rosario bendecido en Jerusalén.

Pero viendo que la molienda seguía, cerró la puerta, se coló al Cielo y le dijo al Señor: "Maestro; toda la vida l'he servido con mucho gusto; pero ai l'entrego el destino; ¡esto sí no lo aguanto yo! ¡Póngame algotro oficio qui'hacer o saque algún recurso!". Cristico y San Pedro se fueron por allá á un rincón á palabriase. Después de mucho secreteo, le dijo el Señor: "Pues eso tiene que ser; no hay otra causa. Volvé vos al mundo y tratá á esi'hombre con harta mañita, pa ver si nos presta la muerte, porque si no nos embromamos".

Se puso San Pedro la muda de pelegrino, se chantó las albarcas y el sombrero y cogió el bordón. Había caminao muy poquito, cuando s'encontró con un atisba que mandaba el Diablo pa que vigilara por los laos del Cielo, á ver si era que todas las almas s'estaban salvando. "¡Qué salvación ni qué demontres! -le dijo San Pedro-. ¡Si esto s'está acabando!".

Esa misma noche, casi al amanecer, llovía agua á Dios misericordia, y Peralta dormía quieto y sosegao en su cama. De presto se recordó, y oyó que le gritaban desdi afuera: "¡Abríme, Peraltica, por la Virgen, qu'es de mucha necesidá!". Se levantó Peralta, y al abrir la puerta se topó mano á mano con el viejito, que le dijo: "Hombre; no vengo á que me des posada tan solamente; ¡vengo mandao por el Maestro á que nos largués la muerte unos días, porque vos la tenés de pata y mano en algún encierro!". "Lo que menos, su Mercé -dijo Peralta-. La tengo muy bien asegurada, pero no encerrada; y se la presto con mucho gusto, con la condición de qui á yo no mi'haga nada". "¡Contá conmigo!" -le dijo San Pedro-.

Apenitas aclarió salieron los dos á descolgar á la Muerte. Estaba lastimosa la pobrecita: flacuchenta, flacuchenta; los güesos los tenía toítos mogosos y verdes, con tantos soles y aguaceros comu'había padecido; el telarañero se l'enredaba por todas partes, qui aquello parecía vestido di andrajos; la pelona la tenía llena di hojas y de porquería di animal, que daba asco; la herramienta parecía desenterrada de puro lo tomaíta qu'estaba. Pero lo que más enjuria le daba á San Pedro er

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