La leyenda de Bamako (Africa) - a podcast by Juan Betancur

from 2020-05-06T13:00

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Había una vez un mundo kikamo en el africa donde solo existía el sol y cuando el sol se ocultaba por detrás de las eternas praderas las noches se hacían oscuras y solo el fuego de los hogares y algunas estrellas iluminaban el pueblo Kikamo La pequeña aldea de  Kikamo estaba acostumbrada, por lo que su actividad solo la desarrollaba durante el día.

Aquí vivía una pequeña muchacha llamada Bamako Alegre y dulce como era, sus días los dedicaba al juego con sus amigos, a ayudar a sus mayores en las tareas cotidianas y a aprender la tradición de su pueblo. Pero en ella destacaba una cualidad: sus ojos. Éstos brillaban en su rostro como si de dos estrellas se trataran. Por ello, con admiración y respecto, la agasajaba todo el pueblo. Y es que, aunque aún no lo supieran Bamako era una niña especial.

La vida del pueblo en Kikamo no era fácil ya que muchas noches tenían que sufrir el ataque de las fieras y algunas veces eran visitado por Soldados que provenían del norte que aprovechaban la oscuridad para atacar la aldea sin piedad. Aprovechaban que por la noche no se veía nada para saquear todo lo que encontraban a su paso. Los habitantes  tenían tanto miedo a la oscuridad que no salían de sus casas y los malvados soldados siempre conseguían robarles sus caballos y la comida de los graneros. Noche tras noche se sumaban las pérdidas materiales y las víctimas. Poco se podía hacer. La negrura de la noche protegía sus ataques hasta que despuntaban los primeros rayos de sol y huían con sus botines. Eran canallas cobardes que no daban la cara. Sus fechorías no tenían límites y a todo aquel que les oponía resistencia acababa en el mundo de los muertos al amanecer. 

 

La aldea cada vez era más pobre y contaba con menos hombres para su defensa. Cuando la desesperación se adueñó del pueblo, la pequeña Bamako, en una noche de batalla, recibió una visita muy especial: el espíritu del dios N'togini. Éste le dijo

– Vengo a hacer un trato contigo porque sé lo mucho que amas a tu familia y a la gente de tu pueblo y solo tu podras salvar a la aldea del desastre si te casas com mi hijo Djambé, quien vive al otro lado del río oculto en una gruta y que siempre había estado enamorado de ella.

Bamako no lo dudó. "¿Qué tengo que hacer?", fueron sus palabras. "Subirás a la cima de la gruta donde vive Djambé y en el momento en el que el Sol empiece a ocultarse te arrojarás al río, donde mi hijo te atrapara en la caída", fue la respuesta. Y así se hizo. La joven amaba a su pueblo y cualquier sacrificio era pequeño si con ello les daba una oportunidad de sobrevivir a los ataques.  Bamako no dudó en decir que sí. Pensar que podía ayudar a alejar el peligro de su pueblo le hacía mucha ilusión. Cuando el sol se puso y sólo se oía el canto de los grillos, la valiente Bamako corrió hasta la roca y se lanzó al río, cayendo en los mullidos brazos del joven Djambé. Con cuidado, el hijo del dios la llevó más arriba de las nubes y allí se quedaron a vivir para siempre.

El milagro se comprobó al anochecer. Desde entonces, la  resplandeciente cara con los brillantes ojos de Bamako iluminó todas las noches del año y los habitantes ya no tuvieron miedo. Cada vez que se acercaban los soldados de otras tribus, los hombres de Kikamo les veían llegar y salían a defenderse con uñas y dientes. Con el tiempo, los ladrones dejaron de acechar la aldea y la paz regresó al pequeño pueblo.  La luz nocturna de la joven Bamako convertida en la luna  le dio a su pueblo la posibilidad de deshacerse de los soldados que tanto daño habían causado. Y desde entonces, noche tras noche, el rostro de Bamako lo ilumina todo, llevan

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