Los fracasados - a podcast by Juan Betancur

from 2020-03-15T12:00

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Había una vez una mujer  que se encontraba barriendo su casa desesperada y de mal De pronto entra su marido. Parece muy abatido. Se sienta sin pronunciar palabra. Ella ha dejado de barrer y lo mira. Pregunta: -¿Y bien? ¿No dices nada? -¿Qué tengo que decir? Contesta el.

 

Claro miren como me contesta. Tres días sin llegar a la casa y no tienes nada que decir. Supongo que hiciste almenos lo que te dije que hicieras

 

Claro que si. Si volvi es porque cumpli tus ordenes…

 

-Mis órdenes. Mis consejos, diría yo. Y entonces ¿por qué estás así, hecho un trapo? -¿Acaso debería estar alegre? -Me parece a mí. –

 

Pues ya ves. No estoy alegre. Estoy arrepentido. –dijo el marido

 

Vaya. Te duró poco el valor. 

 

-¿Qué valor? Lo hice porque tú me obligaste. –

 

Porque yo lo obligué. Oigan el tono. Cualquiera pensaría que lo obligué a cometer un crimen. ¿Y a qué te obligué, veamos?. A darte tu lugar. A demostrar que eres un hombre, no un títere. Pero estás arrepentido. Preferirías seguir como hasta ahora. El último de la fila. El que recoge los huesos que arrojan los demás. Aquel a quien se llama para que, cuando todos ya se han ido, limpie las mesas y apague las luces. Siempre serás el mismo mediocre. Ignoras lo que es tener ideales, alguna noble ambición. El fracaso es tu atmósfera. Y yo, tu víctima. 

 

Mira a las mujeres de tus amigos: cubiertas de joyas, con servidumbre e invitadas a fiestas

 Ahora mírame a mí: una fregona dedicada día y noche a los quehaceres domésticos. No tengo joyas como las otras y no hay fiestas para nosotros. 

 

Y porque pretendo que mi marido levante cabeza y le doy buenos consejos, óiganlo, me lo echa en cara. 

 

-Siempre tuve mala suerte. Dice el marido. 

 

 -¿Ahora también, mala suerte? 

 

Un presentimiento me dice que algo no funciono.

 

 Llamas presentimientos a los pujos de vientre de tu cobardía. -Nada bueno saldrá de todo esto. -Eso es. Regodéate en tu pesimismo. Serías capaz Encontrar una moneda de oro en la calle y confundirla con el escupitajo de un tísico. Oír la voz de Dios que te llama y ponerte a correr por miedo de que sea la voz de un acreedor. Cómo que nada bueno saldrá de todo esto. ¿Y la recompensa?. Me lo imagino: la rechazaste. Y, como siempre, el premio se lo llevó otro.

 

 

-No. Si me pagaron. -¿Cuánto? Él le entrega unas pocas monedas. -¿Esta miseria? 


 

-¿Qué esperabas? Mujer.  ¿Millones? -Un cargo. Eso es lo que ambiciono para ti. Un cargo en el gobierno, bien remunerado y que nos permita asistir desde el palco oficial a los desfiles militares. Te lo deben. Al fin y al cabo les prestaste un buen servicio. Más de uno habría querido hacerlo, pero lo hiciste tú. Y a ellos tu pequeña acción les reportará enormes beneficios. Volverás y les exigirás que te den un empleo. Un empleo en el que no tengas que matarte trabajando pero que te haga ganar un buen sueldo, cierto prestigio social y algunas ventajas adicionales.

 

 -No me darán ni el puesto de ordenanza. 


 

-¿Por qué? ¿No saben que fuiste tú quien les hizo ese favor? -Cómo no van a saberlo. Ya ves que me pagaron. 


 

-Los grandes, digo. Los que firman los nombramientos No lo saben. Trataste el negocio con algún subalterno que te quitó del medio con estas moneditas para hacerse pasar él por el autor y conseguir que lo asciendan de categoría. -Todos lo saben. Del primero al último. -¿Qué más quieres? Y entonces ¿por qué dices que no te nombrarán ni siquiera ordenanza? -Nada les gusta menos que mostrarse agradecidos. -Son envidiosos. -Además, no quieren aparecer como mis instigadores. Quieren que se crea que lo hice

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