Narciso y el rio - a podcast by Juan Betancur

from 2019-11-08T11:00

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Había una vez un joven griego que respondía al nombre de Narciso. Era guapo, alegre y sobre todo apuesto. Algo que volvía realmente locas a las jóvenes griegas de aquel momento.

 

Sin embargo, uno de los grandes defectos de Narciso era que solo sabía quererse a sí mismo. A narciso no le importaba que las mujeres que se le acercaban fueran bellas o que fueran muy ricas  el siempre las rechazaba. Su ego y vanidad le impedían querer más a una persona que a sí mismo.

 

Un claro ejemplo de esto, fue cuando Eco, una ninfa del monte Helicón, intentó a agasajar al joven Narciso con su bella e inocente voz. De hecho, antiguos mitos y leyendas decían que la voz de esta deidad femenina podía articular las más bellas y bonitas palabras jamás escuchadas.

 

Pero sobre Eco caía una fatal maldición. Hera, celosa de esta ninfa, no quería que encandilase a su esposo Zeus, y por ello la maldijo quitándole su voz y provocándole que solo pudiese articular la última palabra de la persona con la que estaba conversando.

 

Pero como todos sabemos, el amor es un sentimiento tan fuerte, que Eco no se podía permitir perder a Narciso. Por ello, un día le siguió furtivamente a través de los bosques para hacerle saber de sus profundos sentimientos. Pero esto se antojaba imposible debido a su más que horrible maldición. Pero Eco loca de amor por su bellos Narciso se  sirvió de su sintonía con la naturaleza y los animales para que estos le dijesen a Narciso que lo amaba profundamente.

 

Narciso se tomó la declaración de esta ninfa con cierta burla ¿Cómo era posible que él se pudiese enamorar de una chica muda? ÉL, que era el más guapo y apuesto de toda la península del Peloponeso. ÉL que podía tener las jóvenes más guapas y bellas de toda Atenas, Esparta o Corinto. ÉL, que no tenía rival sobre la faz de la tierra… En definitiva, Ninguna Ninfa y menos Eco se merecia tenerlo a el. Tan bello y apuesto. 

 

Tras la reacción jocosa de Narciso, Eco se marchó a las cuevas para pasar el resto de su vida sola, triste y rota de desamor. Sin embargo, antes de su muerte, esta musa oró a Némesis, deidad de la venganza y la justicia divina, que maldijo a Narciso a enamorarse únicamente de su propio reflejo.

 

Y vaya si tuvo efecto esta maldición. Y es que cuando Narciso fue un día al río Estigia para refrescarse un poco, este se acercó, se vio reflejado el agua y pensó: “Pero qué guapo soy, voy a acercarme un poco más para deleitarme un poco más con mi belleza”. Narciso se acercó tanto al borde para admirarse que cayó finalmente al agua y murió ahogado.

 

La maldición que propuso Eco funcionó a la perfección y Narciso pasó el resto de la eternidad en el Inframundo, atormentado por su soberbia y vanidad. Con el paso de los siglos se dijo que en este lugar creció una flor de lo más particular, que se caracteriza sobre todo por su enorme belleza y colorido en sus pétalos. Se le dio el nombre de narciso.

 

Cuando murió Narciso las flores de los campos quedaron desoladas y solicitaron al río donde narciso se había ahogado alguna gotas de agua para llorarlo.

-¡Oh! -les respondió el río- aun cuando todas mis gotas de agua se convirtieran en lágrimas, no tendría suficientes para llorar yo mismo a Narciso: yo lo amaba.

-¡Oh! -prosiguieron las flores de los campos- ¿cómo no ibas a amar a Narciso? Era hermoso.

-¿Era hermoso? -preguntó el río.

-¿Y quién mejor que tú para saberlo? -dijeron las flores-. Todos los días se inclinaba sobre tu ribazo, contemplaba en tus aguas su belleza, mirándose en ti fue que murió Narciso. 

-Si yo lo amaba -respondió el río- es porque, cuando se inclinaba sobre mí, veía yo en sus ojos el reflejo de mis aguas.

 

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