Cartas a Lord Alfred Douglas, de Oscar Wilde - CARTA 1 - a podcast by iVoox

from 2021-04-26T02:00

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Naturalmente, no fue Lord Alfred Douglas la primera relación sentimental (ni masculina) en la vida de Oscar Wilde. Pero sí constituyó lo que en términos coloquiales se define como el gran amor de su vida . Y es que Alfred reunió en sí mismo —al menos durante cierto tiempo— cuanto Wilde había ambicionado como ideal . No siempre ocurre (y acaso también en ello Oscar tuvo suerte) ver encarnado un ideal en la vida, ver que en alguna medida las quimeras toman apetecible cuerpo…
Desde final de la década de los ochenta. Oscar Wilde (1854-1900) se fue conviniendo, como santón del esteticismo, en centro de atención de muchos jóvenes escritores. Esta situación se agudizó notablemente con la publicación, en 1890 (en revista), de El retrato de Dorian Gray . La polémica provocada por el largo relato, que un año después —ampliado— se convertiría en libro, fue el impulso definitivo que llevó al siempre exhibicionista Oscar al estrellato social y literario. Muchos le detestaban ya, pero otros —y bastantes jóvenes— lo adoraban. Encarnaba para éstos la imagen y el estilo de una nueva literatura, de una nueva sensibilidad, de una visión del mundo, en fin, más refinada, atrevida y bella.
En el filo de esos años Wilde había conocido —y mantenido con él una corta relación— a John Gray, un joven y muy bien parecido poeta, al que todos identificaron de inmediato (bien que nada les uniese en carácter) con el Dorian de la novela. Entre los nuevos poetas que por entonces trataron a Oscar, estaban, también, W. B. Yeats, Richard Le Gallienne y Lionel Johnson (1867-1902). Éste, estudiante en Oxford, se había hecho allí amigo de otro estudiante, tres años más joven que él y con idénticas aficiones literarias y líricas. Al poco —y no sabemos por iniciativa de quién de los dos—, Lionel Johnson habló de ese estudiante a Oscar, y le llevó algo después a tomar el té al 16 de Tite Street. El estudiante amigo de Lionel era Lord Alfred Bruce Douglas, tercer hijo del Marqués de Queensberry.
Evidentemente, Alfred sintió cariño y admiración por Wilde, pero parece que un amor recíproco y de similar intensidad no lo experimentó nunca. En la época cenital de sus relaciones Oscar era un hombre corpulento, grueso, con la dentadura estropeada, y un físico, resumiendo, poco atractivo. Sin embargo su encanto, el manejo de una conversación culta y fulgente, su talento de causeur y su aludida celebridad, podían compensar la otra ausencia. Para Douglas, Wilde fue, ante todo, la imagen viva del arte, la encarnación del artista —anticonvencional y mágico, transgresor , en una palabra— que él mismo soñaba. Si él era el Dorian innegable de la novela, Oscar era una relativa mezcla de Basil, el pintor, y Lord Henry, el mundano. Pero el amor apasionado , el amor plenamente correspondido, no parece que llegara a existir, entre otras cosas, porque a Lord Alfred (como Gide contó en Si le grain ne meurt …) sus tendencias homoeróticas le conducían asimismo al recinto adolescente… A ese pares cum paribus tan raramente alcanzado. De hecho, la relación —o el amor, si se piensa desde el lado de Oscar— entre Wilde y Douglas, tuvo tres claras etapas que ejemplifican un tipo de historia homosexual no infrecuente.
La primera (tras el prólogo de sus iniciales encuentros) abarcaría desde fines de 1891 hasta mediados de 1893. En esos casi dos años, la historia se mueve en el terreno más clásico . El creador adulto, el hombre maduro tentado y fascinado por el muchacho hermoso y cautivador. No habrá interferencias ni deslices. Wilde, enamorado de Alfred, es correspondido —en la forma descrita— por éste. Se muestran juntos en publico, y hasta pasan pequeñas temporadas vacacionales unidos. Como casi todos los señoritos , Lord Alfred maneja poco dinero, aunque no concede importancia ninguna al tema. Ello hace que Oscar tenga que correr con sus dispendiosos gastos —los de ambos—, lo cual crea al escritor muy frecuentes problemas económicos. Vivieron en ese período una suerte de bohemia dorada , entre cenas, champagne y visitas a los lugares de moda en Londres… El exitoso estreno (en febrero de 1892) de El abanico de Lady Windermere aportó nuevos ingresos y creciente celebridad a Wilde, que puso todo ello a favor de su relación con el joven aristócrata. Pero (lo sabemos ya) no era un carácter débil, y el idilio lujoso y escandaloso, se veta salpicado —incluso en público— de desplantes y escenas caprichosas, de súbitos enfados, de irritantes mohines, que constituyeron desde entonces para Wilde el lado más odioso del carácter despótico de su amigo.
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Voz: Olga Paraíso

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