290. No te preocupes de lo futuro (Séneca) - a podcast by Sergio Catalán

from 2020-01-27T06:08

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El atleta que no ha sido vencido todavía no puede llevar grandes bríos al combate; estos bríos solamente son propios de aquel que ha derramado su sangre y a quien han roto los dientes; que arrojado al suelo, ha sostenido a su enemigo sobre su cuerpo y que sin desfallecer se levantó más valeroso que antes y volvió a la lucha lleno de esperanza.











El título original de esta carta, que encontraréis en el libro Cartas de un estoico, es "CUÁL DEBE SER LA FORTALEZA DEL SABIO. NO TE PREOCUPES DE LO FUTURO". Es la número 13.







Con lenguaje sencillo y claro, como es habitual en Séneca, explica a su amigo Lucilio por qué no debe preocuparse del futuro, de los males que pudieran ocurrir, etc. Aquí la tenéis:







Sé que tienes mucho valor. Antes de que te diese saludables consejos para contrarrestar las adversidades, confiabas bastante en ti mismo contra los reveses de la fortuna; más debes prometerte ahora, que luchas contra la adversidad y que has experimentado tus fuerzas, de las que nadie puede estar seguro hasta después de haberse visto rodeado de dificultades por todas partes y muy cerca del peligro. 







De esta manera se prueba el valor que no ha de flaquear ante el poder ajeno. El atleta que no ha sido vencido todavía no puede llevar grandes bríos al combate; estos bríos solamente son propios de aquel que ha derramado su sangre y a quien han roto los dientes; que arrojado al suelo, ha sostenido a su enemigo sobre su cuerpo y que sin desfallecer se levantó más valeroso que antes y volvió a la lucha lleno de esperanza.







Continuando la comparación, la adversidad ha caído frecuentemente sobre ti; pero lejos de rendirte, te has librado de ella, alzándote más animoso que antes, porque el valor cobra nuevas fuerzas cuando es atacado. Sin embargo, si te parece bien, recibe estos auxilios, de los que podrás aprovecharte.







Existen muchas más cosas, querido Lucilio, que nos causan miedo que cosas que nos hacen daño, y muchas más veces estamos malos de aprensión que de realidad. No te hablo con la elevación estoica, sino en sentido más llano, porque decimos que todas las cosas que arrancan lágrimas y gemidos son leves y despreciables.







Omitiendo todas esas grandes frases, pero ¡oh, dioses! verdaderas, solamente te aconsejo que no padezcas prematuramente, porque lo que temes como muy cercano, tal vez no llegará jamás; y por lo menos es cierto que no ha llegado aún.







Existen cosas que nos atormentan más de lo que deben, y otras que nos atormentan sin que deban atormentarnos. Aumentamos nuestro mal, lo hacemos o lo prevenimos. No hablemos de lo primero, porque es cosa litigiosa, y acerca de él tenemos un proceso que no está sentenciado aún; porque lo que yo consideraré ligero tú lo calificarás de insoportable.







Sé que existen algunos que ríen bajo el látigo y otros que lloran por un bofetón: después veremos si el valor de estas cosas consiste en su fuerza o en nuestra debilidad. Solamente te pediré que cuando estén a tu lado tus amigos y te digan que eres desgraciado, reflexiones no sobre lo que oigas, sino sobre lo que sientas; que consultes tu paciencia y que te preguntes a ti mismo, que estás bien enterado de tus cosas: ¿qué ocurre y por qué me compadecen estos? ¿por qué tiemblan cuando se me acercan? ¿Temen que mi desgracia sea contagiosa y que se comunique a los demás? Interrógate a ti mismo: ¿Existe algo que sea tan peligroso? ¿No es más grande el ruido que el mal? ¿Acaso no me atormento, no me entristezco sin razón y llamo mal a lo que no lo es?







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